sábado, 17 de enero de 2015

El pulgar del Panda

Señala el controvertido biólogo evolutivo y paleontólogo Stephen Jay Gould, en su genial ensayo El pulgar del panda (1980), que los órganos bien adaptados, como el ojo, no pueden usarse como prueba de la teoría de la evolución, puesto que este tipo de órganos pueden ser explicados con relativa facilidad en términos de una creación divina o especial. Sin embargo, otros órganos como el apéndice de los humanos o el falso pulgar del panda, sí proporcionan esa evidencia. Se entiende que tales imperfecciones e improvisaciones no serían nunca obra de un creador divino, aun a riesgo de que algún creacionista acérrimo pueda postular la voluntariedad de un dios creador en la propia imperfección.

Aunque el primero en profundizar en el asunto fue Delbert Dwight Davis, publicando en 1964 el ya clásico estudio "The giant panda: a morphological study of evolutionary mechanisms", el falso pulgar del panda alcanzó la notoriedad popular dieciseis años después con la obra de Jay Gould. De forma más reciente, en 2006, un equipo dirigido por Manuel J. Salesa, del CSIC, publicó al mismo respecto el artículo "Evidence of a false thumb in a fossil carnivore clarifies the evolution of pandas", en el cual se estudia a Simocyon batalleri (Viret, 1929), un carnívoro extinto pariente del panda rojo (Ailurus fulgens, Cubiet, 1825), presente en la península ibérica hace nueve millones de años, y que contribuye a conocer mejor la evolución de los pandas por haber desarrollado, de forma paralela, un falso pulgar que le permitía trepar a las ramas más delgadas de los árboles y evitar así el acoso de sus depredadores, entre ellos los tigres de dientes de sable (Smilodon, Lund, 1842).

El panda gigante (Ailuropoda melanoleuca, David, 1896), especie bandera convertida en icono de la conservación, dispone de un pulgar no oponible, como la mayoría de los carnívoros, desde los inicios de su historia evolutiva, cuando se separó del tronco principal de los osos hace unos diecisiete millones de años. Posteriormente, cuando el nicho ecológico en el que se hallaba se transformó y las hojas de bambú pasaron a ser el elemento fundamental de su dieta en detrimento de la carne, disponer de algo parecido a un pulgar oponible con capacidad prensora para arrancar las hojas de los tallos era una notable ventaja adaptativa. Consecuentemente, en A. melanoleuca, un espolón similar a un pulgar se hiperdesarrolló como modificación del hueso sesamoideo radial de la mano, tal como prueban los primeros registros fósiles encontrados y datados en la transición Plioceno-Pleistoceno.

Por supuesto, se trata de una forma más bien torpe de proporcionarle un pulgar al panda, algo que nadie haría ni remotamente si se dispusiera a diseñar el animal partiendo de cero. El mecanismo de la selección natural actúa sobre el animal según como es y lo adapta como bien puede al entorno en el que resulte hallarse. No produce ineludiblemente el mejor organismo,  ni siquiera el más eficiente… sólo aquello mejor que pueda transformar partiendo de lo que tiene a mano. En ocasiones, como en el caso del panda, el resultado presenta un aspecto inexcusablemente provisional.








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